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Declaraciones y discursos Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Türk apela a los Estados a combatir «el uso de las diferencias religiosas como arma con fines políticos»

11 julio 2023

Los símbolos religiosos representan la esencia de las creencias de las personas. © Bulat Silvia iStock / Getty Images Plus

Pronunciado por

Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

En

53º período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos

Debate urgente sobre el «aumento alarmante de actos de odio religioso premeditados y públicos como se ha reflejado en la profanación recurrente del Corán en algunos países europeos y de otras partes»

Sr. Presidente,
Excelencias,
Distinguidos delegados y delegadas,

Más allá del uso de las palabras, los seres humanos se comunican a través de los símbolos. Un anillo señala nuestro compromiso con el matrimonio. Una luz de colores nos indica que debemos detenernos o seguir avanzando. Los símbolos religiosos van mucho más allá. Una media luna, una estrella, una cruz, una figura sentada: para algunas personas, estos símbolos puede que signifiquen poca cosa, pero para otros millones de personas entrañan un significado profundo como repositorio y encarnación de una historia inabarcable, un sistema trascendental de valores, una base para crear comunidad y pertenencia colectivas, así como la misma esencia de su identidad y de sus creencias fundamentales.

El ataque o la destrucción de las manifestaciones de nuestras creencias más íntimas puede polarizar a las sociedades y agravar las tensiones.

Este debate urgente ha surgido a raíz de incidentes recientes de quema de libros del Corán, el cual supone el núcleo de la fe para más de mil millones de personas. Estos y otros incidentes parecen haber sido diseñados para expresar desprecio y producir ira; para provocar la división entre personas; y para incitar, transformando las diferencias de puntos de vista en odio y, quizás, en violencia.

Por tanto, lo primero que quiero dejar claro es lo siguiente: dejando a un lado por un momento la cuestión de lo que la ley establece qué es o no permisible, e independientemente de las propias creencias o ausencia de creencias de una persona, las personas han de actuar respetando siempre a los demás.

A todos los demás. Solo de esta manera es posible que exista un diálogo sostenido. Solo de esta manera podremos comportarnos como seres humanos de forma tal que nos permita hacer frente, conjuntamente, a los desafíos a los que nos enfrentamos.

No obstante, el vandalismo contra lugares religiosos y la destrucción de iconos, textos que son sagrados para sus creyentes, y de objetos religiosos, ha sido usado durante siglos como forma de provocar e insultar a las personas. Tal como yo lo veo, es evidente que los discursos y actos de provocación contra musulmanes; la islamofobia; el anti-semitismo; y las acciones y discursos que atenten contra los cristianos y cristianas, o contra grupos minoritarios como los ahmadíes, los Baháʼís o los Yazidis­, son manifestaciones de una falta de respeto absoluta. Son ofensivos, irresponsables y son negativos.

Es importante recordar los enormes beneficios que la diversidad aporta a todas las sociedades. Todas las personas tienen el mismo derecho a creer, o a no creer: este hecho es fundamental para la Declaración Universal de Derechos Humanos que nos une a todos y todas. Tenemos que promover la armonía y el respeto mutuo entre religiones, en interés de todas las comunidades.

Los líderes políticos y religiosos tienen un papel fundamental que jugar en su obligación de hablar claro y alto, de modo firme y de manera inmediata contra la falta de respeto y la intolerancia, no solo las dirigidas contra sus propias comunidades, sino también defendiendo a cualquier grupo que sea sometido a ataques. Estos líderes deben asimismo dejar claro que no se puede justificar la violencia por provocaciones anteriores, ya sean reales o percibidas.

Sr. Presidente,

Estamos hablando de asuntos muy complejos. La limitación de cualquier tipo de discurso o expresión debe seguir siendo una excepción, siendo este un principio fundamental, de forma especial teniendo en cuenta que las leyes que limitan la libertad de expresión suelen ser usadas pérfidamente por los que ostentan el poder, para entre otros fines reprimir el debate acerca de cuestiones clave.

Pero por otro lado, cualquier discurso, en las circunstancias específicas en las que este ocurra, puede constituir incitación a cometer un acto según la interpretación de otros, y en algunos casos, un acto lleno de violencia y discriminación. En años recientes, se han producido numerosos actos de violencia, ataques terroristas y atrocidades en masa dirigidos contra personas en razón de sus creencias religiosas, incluso dentro de sus lugares de culto.

El derecho internacional es claro al respecto de estas clases de incitación. El Artículo 20 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos establece: Los Estados Partes deben, sin excepción alguna, prohibir «cualquier apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, hostilidad o violencia».

Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos Para comprender mejor cómo se debe aplicar este Pacto, mi Oficina organizó en 2011 una serie de talleres a nivel regional los cuales condujeron a diseñar el Plan de Acción de Rabat. Este Plan proporciona un umbral de seis criterios en relación al contexto, el orador, la intención, el contenido y el alcance, además de la probabilidad de daño, para ayudar a demarcar la libertad de expresión de la incitación a la violencia. El ACNUDH, libertad de expresión frente a incitación al odio: el Plan de Acción de Rabat.

En última instancia, la aplicación del Artículo 20 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos es un asunto que concierne a los legisladores y tribunales nacionales a la hora de dirimir cada caso en particular. Estos habrán de tomar estas consideraciones de un modo tal que sea coherente con las protecciones que facilita la normativa internacional de derechos humanos. Cualquier restricción nacional al derecho a la libertad de opinión y expresión el cual siempre ha de prevalecer, deberá ser formulada de tal modo que su único fin y resultado sea el de proteger a las personas, en lugar de blindar la doctrina religiosa ante cualquier análisis crítico.

El segundo punto que quiero mencionar es el siguiente: la apología del odio que constituya incitación a la violencia, discriminación u hostilidad debe ser prohibida por cualquier Estado.

Sr. Presidente,

A la vez que puede no considerarse que inciten a la violencia, otras formas de expresión pueden constituir discurso de odio, si usan un lenguaje peyorativo o intolerante dirigido hacia otra persona o grupo en razón de su sexo, creencias, raza, condición migratoria, orientación sexual o cualquier otro factor que sea intrínseco a esa persona o identidad, y que busque rebajar su dignidad y menoscabar su valor ante los ojos de los demás.

Me gustaría desarrollar este punto: deshumanizar a las mujeres y negarles su condición de igualdad respecto a los hombres; insultar de forma verbal a las mujeres y niñas musulmanas que lleven velo; burlarse de personas con discapacidades; realizar afirmaciones falsas acerca de la mayor probabilidad que tienen los migrantes o las personas de un origen étnico específico de cometer un delito; o denigrar a las personas LGBTIQ+: todo discurso de odio de este tipo es parecido, en el sentido de que proviene de la noción básica de que algunas personas merecen menos respeto como seres humanos.

Impulsado por las corrientes avasalladoras de las redes sociales, y en un contexto de incremento de la discordia y la polarización a nivel internacional y nacional, el discurso de odio del color que sea está en aumento, en todos los lugares. Es perjudicial para las personas, y daña la cohesión social tan necesaria para el funcionamiento correcto de todas las sociedades.

El tercer punto que quiero destacar es este: es necesario hacer frente al discurso de odio, en todas las sociedades, a través del diálogo, la educación, aumentando la concienciación sobre este problema, mediante la colaboración entre religiones y entre comunidades además de otras herramientas de políticas públicas. Ha de ser rebatido activamente por todas las autoridades responsables, por figuras influyentes, y por el sector privado.

La Estrategia y Plan de Acción de las Naciones Unidas para la Lucha contra el Discurso de Odio supone la respuesta de las Naciones Unidas para combatir este fenómeno y para apoyar a los Estados que lo rebaten.

Unas estrategias de prevención eficaces aplicadas por las autoridades nacionales y otros organismos pueden identificar y abordar las causas subyacentes que originan el discurso de odio. Yo animo a los Estados a redoblar sus esfuerzos para aplicar el plan de acción para combatir la intolerancia por razones de religión o creencias tal como se estableció en la resolución 16/18 del Consejo de Derechos Humanos y a través delProtocolo de Estanbul. Tal como destaqué en mi informe relacionado con este asunto publicado a comienzos de este año, los materiales didácticos, así como el aprendizaje entre pares, deben fomentar el respeto por el pluralismo y la diversidad en el terreno de la religión o las creencias. Es necesario seguir promocionando los intercambios de lecciones aprendidas y las prácticas que resulten más positivas, inclusive con el apoyo de nuestro Marco de Fe para los Derechos Humanos. ACNUDH y el marco "Fe Religiosa para los Derechos Humanos" UDH y el marco.

Sr. Presidente,

Muchas sociedades padecen actualmente este uso de las diferencias religiosas como arma con fines políticos. No debemos permitir ser avasallados e instrumentalizados por estos mercaderes del caos y las ganancias políticas, estos provocadores que buscan de forma deliberada el dividirnos.

Comprendo perfectamente a las millones de personas que se ven ofendidas y se escandalizan por estos actos que atentan contra sus valores y creencias más profundos.

Mi objetivo primordial hoy aquí es el de reconocer la enorme riqueza que aportamos todos nosotros gracias a nuestra diversidad, nuestra percepción de la existencia humana, y nuestras ideas y creencias. Nuestras sociedades, todas nuestras sociedades, da igual su trasfondo religioso o cultural, deben esforzarse por convertirse en adalides del respeto, el diálogo y la cooperación entre personas diferentes, tal como lo han conseguido múltiples civilizaciones en el pasado.

Con el fin de defender la paz y seguridad internacionales; un tejido social que sea rico, seguro y respetuoso; así como economías y sociedades que se puedan beneficiar en su totalidad de las contribuciones que realizan todos sus miembros, debemos comprometernos a promocionar una mayor tolerancia; un mayor respeto; y un reconocimiento más amplio de la importancia y valor que conllevan nuestras diferencias.

En los medios de comunicación. En el mundo digital. En las empresas. En las escuelas. En los gobiernos. En la policía. Así como dentro y fuera de los lugares de culto. La mejor manera de combatir el discurso de odio es con más diálogo, más conversaciones, abogando por un mayor entendimiento común y con más acciones que manifiesten nuestra convicción de que todos y todas somos iguales.

Que todos y todas nosotros tenemos derechos, incluyendo el derecho a mantener creencias diferentes, a adoptar diferentes modos de vida, y a tener y poder compartir diferentes opiniones.

Confío en que este Consejo pueda debatir estas cuestiones tan complejas con un espíritu de unidad, de colaboración constructiva, de respeto mutuo y con la profunda reflexión que estos temas se merecen.

Gracias.