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Discurso programático de la Alta Comisionada en la apertura del Foro Mundial para la Paz de Corea, 2022

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30 agosto 2022

Los problemas de derechos humanos de Corea del Norte y sus implicaciones para la paz y la estabilidad en la península de Corea

Excelencias, queridos colegas:

Me complace sobremanera hacer uso de la palabra en este Foro Mundial para la Paz de Corea que, desde 2010, ha proporcionado un importante ámbito para debatir sobre la paz y la estabilidad en la península de Corea.

Al término de mi mandato de Alta Comisionada para los Derechos Humanos, es muy apropiado tener la ocasión de hablar sobre algunos de los temas perentorios que afectan a la población de la península de Corea. Las experiencias acumuladas aquí y el rumbo futuro que puedan seguir, constituyen lecciones importantes en esta época de trastornos mundiales.

La Guerra de Corea, de 1950 a 1953, causó un grado increíble de sufrimiento humano y dejó una península dividida. Este conflicto estalló apenas cinco años después de que se aprobaran las emblemáticas palabras de la Carta de las Naciones Unidas que expresaban la voluntad de la comunidad internacional, resuelta “a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra… y a reafirmar la fe en los derechos humanos fundamentales”.

Tras experimentar dos guerras mundiales en el espacio de 30 años, los redactores de la Carta de las Naciones Unidas comprendieron que el respeto de los derechos humanos era la piedra angular de la paz y la estabilidad entre los Estados. A ambos lados del paralelo 38, los coreanos siguen viviendo con las consecuencias de que no se haya prestado la atención debida a esas palabras, y la paz y la seguridad siguen siendo precarias en la península.

En la República Popular Democrática de Corea, donde el 40 por ciento de la población padece una inseguridad alimentaria crónica y vive en un contexto de vulneraciones de derechos humanos de larga data, no se ha permitido que las opiniones de la gente influyan en las políticas gubernamentales y garanticen que el poder y los recursos del Estado se emplean en servicio de sus necesidades y aspiraciones. En lo tocante a las relaciones internacionales, también es indispensable prestar atención a las palabras de la Carta de las Naciones Unidas y poner los derechos humanos en el centro de los esfuerzos encaminados a garantizar la paz y la estabilidad.

El año pasado aumentaron las tensiones en la península de Corea y en la región en general, y numerosos países registraron niveles históricos de gasto militar. En mi calidad de ex ministra de Defensa, comprendo la función que los militares desempeñan en la protección de la paz y la estabilidad. Pero también sé qué importante resulta equilibrar el poderío militar con la cooperación internacional, que da prioridad a la satisfacción de las necesidades básicas de la población y la protección de sus derechos humanos.

Para integrar los derechos humanos en la diplomacia interestatal es preciso mantener un diálogo permanente con los Estados sobre el cumplimiento de sus obligaciones internacionales. Mi Oficina ha venido realizando esfuerzos encaminados a entablar un diálogo con la RPDC sobre la aplicación de las recomendaciones emanadas de los mecanismos de derechos humanos de las Naciones Unidas. Los progresos reales en este ámbito solo podrán lograrse si este empeño forma parte de un esfuerzo coordinado de amplio espectro que emprenda la comunidad internacional con miras a crear oportunidades para un compromiso constructivo sobre derechos humanos con la República Popular Democrática de Corea.

La indispensable necesidad de cooperación interestatal en materia de derechos humanos se hace más evidente a medida que cobramos conciencia de la repercusión general de la pandemia de COVID-19. Esta colaboración abarca también la cooperación internacional en lo tocante al suministro de vacunas y de alimentos para paliar la escasez. Pero, como señaló recientemente el ex Relator Especial sobre la RPDC, Tomás Ojea Quintana, ese país está cada vez más aislado de la comunidad internacional. No debemos permitir que ese aislamiento se encone.

Ese aislamiento tiene múltiples efectos sobre los derechos humanos. Sin comunicación, no puede prosperar la confianza mutua entre los Estados. Esa incomunicación aumenta el riesgo de que se produzcan errores de cálculo y la probabilidad de que estalle un conflicto militar, que acarrearía severas consecuencias para los derechos humanos, incluso para el derecho a la vida.

Como primera medida, debemos procurar el regreso a la RPDC del personal diplomático y de las Naciones Unidas, con la libertad de movimiento necesaria para el desempeño de sus mandatos. A partir de ahí, podríamos empezar a construir un modelo de interacción más amplio con este país, que esté orientado a satisfacer las necesidades del pueblo norcoreano.

Albergo la esperanza de que la conferencia de este año nos ayude a afrontar estos problemas y a crear una visión inspiradora e inclusiva, que sirva para vincular más nítidamente los derechos humanos, la paz y la estabilidad en la península de Corea y en la región en general.

Muchas gracias por su atención.

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